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Creencias

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DIOSLA HUMANIDADLA SALVACIÓNLA IGLESIALA VIDA DIARIAEL APOCALIPSIS

¿QUIÉN ES DIOS?

Dios es amor, poder y esplendor, y Dios es misterio. Sus caminos están muy por encima de los nuestros, pero aun así, él llega hasta nosotros. Dios es infinito pero está cercano, tres y sin embargo uno, que todo lo sabe y todo lo perdona. Pasaremos la eternidad manteniendo una relación cada vez más profunda con Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

DIOS EN TRES PERSONAS

A pesar de la distancia que exige el pecado, Dios se ha revelado de incontables maneras. La Biblia es la historia de Dios en sus esfuerzos por reconectarse con sus hijos, y es un importante método que Dios usa para alcanzarnos. La Biblia es un mosaico de escritores, estilos y perspectivas, y revela a un Dios siempre creativo y paciente, que sigue buscando la forma de restaurar nuestra relación con él. Aunque escrita por gente común, mediante el Espíritu penetra nuestro corazón, abre nuestros ojos y nos convence de que vivamos para él.

Dios el Padre llegó hasta nosotros de la manera más dramática por medio de su Hijo Jesús, que escogió no solo visitarnos sino llegar a ser uno de nosotros. Jesús nació como humano para que podamos renacer en el Espíritu, nos mostró el amor y el carácter de Dios, y hasta qué extremo estuvo dispuesto a llegar Dios para salvarnos de la autodestrucción. Lo que no podíamos hacer por nosotros mismos, Jesús lo hizo por nosotros, pagando el precio por nuestros pecados, muriendo en nuestro lugar para que podamos vivir para siempre. Por la resurrección conquistó la muerte, y prometió regresar para llevarnos al hogar.

Mientras tanto, Dios no nos ha dejado solos. El Espíritu Santo está aquí para consolarnos, guiarnos y transformarnos, para que vivamos como testigos del amor de Dios. El mismo Espíritu que inspiró a los profetas y capacitó a Jesús, que dio forma a las Escrituras y creó el mundo, nos capacita también a cada uno de nosotros.

El Espíritu activa “el cuerpo de Cristo”, la iglesia, mediante los dones espirituales y una humilde actitud de servicio y compasión.

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LAS SAGRADAS ESCRITURAS

Antigua, intemporal y una obra maestra de la literatura, nos revela la función de Dios en la historia humana, nuestro lugar dentro del plan de Dios y la verdad, para guiarnos y protegernos del engaño.

Las Sagradas Escrituras. Las Sagradas Escrituras, que abarcan el Antiguo y el Nuevo Testamento, constituyen la Palabra escrita de Dios, transmitida por inspiración divina mediante santos hombres de Dios que hablaron y escribieron siendo impulsados por el Espíritu Santo. Por me,dio de esta palabra, Dios ha comunicado a los seres humanos el conocimiento necesario para alcanzar la salvación. Las Sagradas Escrituras son la infalible revelación de la voluntad divina. Son la norma del carácter, el criterio para evaluar la experiencia, la revelación autorizada de las doctrinas, y un registro fidedigno de los actos de Dios realizados en el curso de la historia (2 Pedro 1:20-21; 2 Timoteo 3:16-17; Salmos 119:105; Proverbios 30:5-6; Isaías 8:20; Juan 17:17; 1 Tesalonicenses 2:13; Hebreos 4:12)


LA TRINIDAD

 

Dios, el inmortal, todopoderoso y plenamente amante, es una relación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es el único ser digno de nuestra adoración. Dios es nuestro Creador, Redentor y Amigo.

Hay un solo Dios, que es una unidad de tres personas coeternas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este Dios uno y trino es inmortal, todopoderoso, omnisapiente, superior a todos y
omnipresente. Es infinito y escapa a la comprensión humana, no obstante lo cual se le puede conocer mediante la propia revelación que ha efectuado de sí mismo. Es eternamente digno de reverencia, adoración y servicio por parte de toda la creación (Deuteronomio 6:4; Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14; Efesios 4:4-6; 1 Pedro 1:2; 1 Timoteo 1:17; Apocalipsis 14:7).


EL PADRE

 

Dios el Padre es la fuente de todo amor y vida. Envió a su Hijo para salvarnos de nuestros pecados y de nosotros mismos, y para mostrarnos cómo es él.

EI Padre. Dios el Padre Eterno, es el Creador, Origen, Sustentador y Soberano de toda la creación. Es justo, santo, misericordioso y clemente, tardo para la ira y abundante en amor y fidelidad. Las cualidades y las facultades del Padre se manifiestan también en el Hijo y el Espíritu Santo (Génesis 1:1; Apocalipsis 4:11; 1 Corintios 15:28; Juan 3:16; 1 Juan 4:8; 1 Timoteo 1:17; Exodo 34:6-7; Juan 14:9).

EL HIJO

 

Jesús se hizo humano para salvarnos. Por su medio —nuestro ayudador, abogado y Redentor— podemos comenzar de nuevo. Nos está preparando el cielo, y regresará a llevarnos con él.

Dios el Hijo Eterno es uno con el Padre. Por medio de él fueron creadas todas las cosas; EI revela el carácter de Dios, Ileva a cabo la salvación de la humanidad y juzga al mundo.Aunque es verdaderamente Dios, sempiterno, también llegó a ser verdaderamente hombre, Jesús el Cristo. Fue cancebido por el Espíritu Santo y nació de la virgen María. Vivió y experimentó tentaciones como ser humano, pero ejemplificó perfectamente la justicia y el amor de Dios. Mediante sus milagros manifestó el poder de Dios y éstos dieron testimonio de que era el prometido Mesías de Dios. Sufrió y murió voluntariamente en la cruz por nuestros pecados y en nuestro lugar, resucitó de entre las muertos y ascendió al Padre para ministrar en el santuario celestial en nuestro favor. Volverá otra vez con poder y gloria para liberar definitivamente a su pueblo y restaurar todas las cosas (Juan 1:1-3, 14; Colosenses 1:15-19; Juan 10:30; 14:9; Romanos 6:23; 2 Corintios 5:17-19; Juan 5:22; Lucas 1:35; Filipenses. 2:5-11; 1 Corintios 15:3-4; Hebreos 2:9-18; 8:1-2; Juan 14:1-3).

EL ESPÍRITU SANTO

 

El Espíritu Santo nos inspira, nos capacita y guía nuestra comprensión. El Espíritu toca nuestro corazón y nos transforma, renovando en nosotros la imagen de Dios con la cual fuimos creados.

Dios el Espíritu Eterno estuvo activo con el Padre y el Hijo en la creación, la encarnación y la redención. Inspiró a los autores de las Escrituras. Infundió poder a la vida de Cristo. Atrae y convence a los seres humanos; y a los que responden, renueva y transforma a la imagen de Dios. Enviado por el Padre y el Hijo está siempre con sus hijos, distribuye dones espirituales a la iglesia, la capacita para dar testimonio en favor de Cristo, y en armonía con las Escrituras la conduce a toda verdad  (Génesis 1:1-2; Lucas 1:35; 4:18; Hechos 10:38; 2 Pedro 1:21; 2 Corintios 3:18; Efesios 4:11-12; Hechos 1:8; Juan 14:16-18, 26; 15:26-27; 16:7-13).

UNA BELLEZA QUEBRANTADA

Desde las neuronas a las nebulosas, desde el ADN hasta las distantes galaxias, estamos rodeados de maravillas. Sin embargo, la belleza está quebrantada.

El Génesis nos dice que el amante Dios separó la luz de las tinieblas y la tierra del agua, poniendo la vida en movimiento y esculpiendo al primer ser humano del polvo de la tierra. El Génesis describe el gozo y la satisfacción de Dios ante su obra, deleitándose una y otra vez porque lo creado era “bueno”. La tierra floreció en perfecta armonía, bajo el cuidado de la humanidad.

Dios celebró su obra al declarar un descanso semanal, el sábado, como día para recordar nuestra conexión con el Creador. Dios diseñó a la humanidad para que reflejara su gloria. Cada uno de nosotros refleja una faceta particular de su personalidad y carácter. La mente, el cuerpo y el espíritu. Podemos pensar, vivir y meditar. ¿El componente asombroso? La libertad.

Nuestro mismo aliento proviene de Dios, pero él nos dio la libertad de escoger, un rasgo que bien podía terminar en catástrofe. Una astuta mentira hizo que los primeros humanos cuestionaran que Dios era amante y digno de confianza. Pronto el temor, la envidia y la indiferencia dejaron su marca en el mundo. Cuando los primeros padres de la humanidad se separaron de Dios, el pecado arruinó todo lo que era bueno. Los corazones se rebelaron y el cuerpo humano se vio deteriorado. Las relaciones se arruinaron. Quedamos sin la posibilidad de llegar a Dios por nuestra cuenta: Dios tendría entonces que llegar hasta nosotros.

Y así lo hizo Dios, al enviar a su Hijo a reconstruir la relación quebrantada entre el cielo y la tierra. Dios envió a su Espíritu para restablecer la desfigurada imagen de Dios en nosotros. El Espíritu nos capacita para llegar hasta los demás, demostrando amor y representando a nuestro Salvador y Creador ante un mundo quebrantado que somos llamados a reparar.

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LA CREACIÓN

Dios creó a nuestro mundo con creatividad brillante y tierno cuidado. Creó a la humanidad para que cuidara y se deleitara en el planeta, y para que el resto de la creación gozara de un equilibrio perfecto.
 

Dios es el Creador de todas las cosas, y ha revelado por medio de las Escrituras un registro auténtico de su actividad creadora. El Señor hizo en seis días «los cielos y la tierra» y todo ser viviente que la habita, y reposó el séptimo día de la primera semana. De ese modo estableció el sábado como un monumento perpetuo de la finalización de su obra creadora. El primer hombre y la primera mujer fueron hechos a imagen de Dios como una corona de la creación; se les dio dominio sobre el mundo y la responsabilidad de cuidar de él. Cuando el mundo quedó terminado era «bueno en gran manera», porque declaraba la gloria de Dios (Génesis 1:2; Exodo 20:8-11; Salmos 19:1-6; 33:6, 9; 104; Hebreos 11:3).


LA NATURALEZA DEL HOMBRE

Dios creó a nuestro mundo con creatividad brillante y tierno cuidado. Creó a la humanidad para que cuidara y se deleitara en el planeta, y para que el resto de la creación gozara de un equilibrio perfecto.
 

El hombre y la mujer fueron hechos a imagen de Dios, con individualidad propia y con la facultad y la libertad de pensar y obrar por su cuenta. Aunque fueron creados como seres libres, cada uno es una unidad indivisible de cuerpo, mente y espíritu que depende de Dios para la vida, el aliento y todo lo demás. Cuando nuestros primeros padres desobedecieron a Dios, negaron su dependencia de éI y cayeron de la elevada posición que ocupaban bajo el gobierno de Dios. La imagen de Dios se desfiguró en ellos y quedaron sujetos a la muerte. Sus descendientes participan de esta naturaleza degradada y de sus consecuencias. Nacen con debilidades y tendencias hacia el mal. Pero Dios, en Cristo, reconcilió al mundo consigo mismo, y por medio de su Espíritu restaura en los mortales penitentes la imagen de so Hacedor. Creados para gloria de Dios, se los invita a amar al Señor y a amarse mutuamente, y a cuidar el ambiente que los rodea (Génesis 1:26-28; 2:7; Salmos 8:4-8; Hechos 17:24-28; Génesis 3; Salmos 51:5; Romanos 5:12-17; 2 Corintios 5:19-20; Salmos 51:10; 1 Juan 4:7-8, 11, 20; Génesis 2:15).


 

ARMONÍA INTERRUMPIDA

El amor. La armonía. La perfección. Hubo un momento cuando toda la creación entonaba la misma gloriosa canción.

La desarmonía irrumpió cuando un ser que era perfecto abusó de la libertad que Dios le había dado. Satanás, “el Acusador”, escogió el egoísmo y la calumnia en lugar de la verdad y el amor. Satanás afirmó que Dios no era justo, que era duro y controlador, privándole a otros de lo que se merecían.

El engaño de Satanás se llevó una tercera parte de los ángeles celestiales, que Dios expulsó del cielo. Satanás reclamó el señorío de nuestro planeta cuando engañó a la primera pareja, Adán y Eva, llevándolos a dudar de que Dios era amante y digno de confianza. Ese primer pecado distorsionó la imagen de Dios en nosotros, volviendo al mundo contra sí mismo y poniéndolo en peligro de autodestruirse.

El “gran conflicto” sobre el carácter de Dios, sobre el bien y el mal, no ha terminado. A pesar de ello, Jesús, el propio Hijo de Dios, resolvió hace dos mil años esa pregunta fundamental cuando dio su vida por la humanidad.

¿Cuán profundo es el amor de Dios? La muerte sacrificial de Cristo mostró que Dios estuvo dispuesto a pagar un costo incalculable por nuestros pecados. Su sacrificio reveló el verdadero horror del pecado y dejó en claro que se puede confiar en Dios. ¿Por qué la muerte de Cristo hizo una diferencia semejante? Porque Jesús vivió la vida perfecta que nosotros no podíamos vivir y murió la muerte que cada uno de nosotros merecía.

 

El resultado: Podemos vivir para él, ahora y siempre. El sacrificio de Cristo nos reconcilia con un Dios perfecto y transforma nuestros corazones. El Espíritu Santo nos muestra la necesidad que tenemos de Dios y nos garantiza que somos salvados y estamos perdonados. El Espíritu escribe un nuevo mensaje en nuestro corazón, capacitándonos para vivir en libertad, servicio y alegría. Dios nos trata como si jamás hubiéramos pecado, jamás dudado, jamás apartado del camino.
 

El mismo Jesús que sometió a los demonios durante su vida declaró por su muerte la victoria sobre todos los poderes del mal. La resurrección de Jesús garantiza que la muerte misma dejará de existir. Nuestra nueva vida en Jesús nos libera del temor de la muerte y la vergüenza de nuestro pasado.

Al conectarnos con Jesús, el Espíritu Santo calma nuestro corazón y nos transforma la visión. Nuestra vida espiritual crece a medida que hablamos con Dios, meditamos en su Palabra, compartimos nuestra fe y adoramos mediante la música y el compañerismo.

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EL GRAN CONFLICTO
Satanás acusó a Dios de no ser digno de confianza y de ser injusto. Dios nos dio la libertad de escoger, y la historia humana muestra el resultado de la rebelión, y el increíble poder del amor de Dios para salvarnos.

La humanidad entera se encuentra envuelta en un conflicto de proporciones extraordinarias entre Cristo y Satanás en torno al carácter de Dios, su ley y su soberanía sobre el universo. Este conflicto se originó en el cielo cuando un ser creado, dotado de libre albedrío, se exaltó a sí mismo y se convirtió en Satanás, el adversario de Dios, e instigó a rebelarse a una porción de las angeles. El introdujo el espíritu de rebelión en este mundo cuando indujo a pecar a Adán y a Eva. El pecado produjo como resultado la distorsión de la imagen de Dios en la humanidad, el trastorno del mundo creado y posteriormente su completa devastación en ocasión del diluvio universal. Observado por toda la creación, este mundo se convirtió en el campo de batalla del conflicto universal, a cuyo término el Dios de amor quedará finalmente vindicado. Para ayudar a su pueblo en este conflicto, Cristo envía al Espíritu Santo y a los ángeles leales para que lo guíen, lo protejan y lo sustenten en el camino de la salvación (Apocalipsis 12:4-9; Isaías 14:12-14; Ezequiel 28:12-18; Génesis 3; Romanos 1:19-32; 5:12-21; 8:19-22; Génesis 6-8; 2 Pedro 3:6; 1 Corintios 4:9; Hebreos 1:14). 


LA VIDA, MUERTE Y RESURECCIÓN DE CRISTO
 Dios envío a Jesús, su Hijo, para vivir la vida perfecta que nosotros no podíamos y para morir la muerte que nos merecíamos. Cuando aceptamos el sacrificio de Cristo, tenemos acceso a la vida eterna. 

Mediante la vida de Cristo, de perfecta obediencia a la voluntad de Dios, sus sufrimientos, su muerte y su resurrección, Dios proveyó el único medio válido para expiar el pecado de la humanidad, de manera que los que por fe acepten esta expiación puedan tener acceso a la vida eterna, y toda la creación pueda comprender mejor el infinito y santo amor del Creador. Esta expiación perfecta vindica la justicia de la ley de Dios y la benignidad de su carácter, porque condena nuestro pecado y al mismo tiempo hace provisión para nuestro perdón. La muerte de Cristo es vicaria y expiatoria, reconciliadora y transformadora. La resurrección de Cristo proclama el triunfo de Dios sobre las fuerzas del mal, y a los que aceptan la expiación les asegura la victoria final sobre el pecado y la muerte. Declara el señorío de Jesucristo, ante quien se doblará toda rodilla en el cielo y en la tierra (Juan 3:16; Isaias 53; 1 Pedro 2:21-22; 1 Corintios 15:3-4, 20-22; 2 Corintios 5:14-15, 19-21; Romanos 1:4; 3:25; 4:25; 8:3-4; 1 Juan 2:2; 4:10; Gálatas 2:15; Filipenses 2:6-11). 


LA EXPERIENCIA DE SALVACIÓN
 El Espíritu Santo revela nuestra necesidad de Cristo y, cuando aceptamos la gracia y la salvación de Dios, nos hace nuevas criaturas. El Espíritu edifica nuestra fe y nos ayuda a dejar atrás una vida quebrantada.
 Con amor y misericordia infinitos Dios hizo que Cristo, que no conoció pecado, fuera hecho pecado por nosotros, para que nosotros pudiésemos ser hechos justicia de Dios en él. Guiados por el Espíritu Santo sentimos nuestra necesidad, reconocemos nuestra pecaminosidad, nos arrepentimos de nuestras transgresiones, y ejercemos fe en Jesús como Señor y Cristo, como Sustituto y Ejemplo. Esta fe que recibe salvación nos Ilega por medio del poder divino de la Palabra y es un don de la gracia de Dios. Mediante Cristro somos justificados, adoptados como hijos e hijas de Dios y librados del señorío del pecado. Por medio del Espíritu nacemos de nuevo y somos santificados; el Espíritu renueva nuestras mentes, graba la ley de amor de Dios en nuestros corazones y nos da poder para vivir una vida santa. Al permanecer en él somos participantes de la naturaleza divina y tenemos la seguridad de la salvación ahora y en ocasión del juicio (2 Corintios 5:17-21; Juan 3:16; Gálatas 1:4; 4:4-7; Tito 3:3-7; Juan 16:8; Gálatas 3:13-14; 1 Pedro 2:21-22; Romanos 10:17; Lucas 17:5; Marcos 9:23-24; Efesios 2:5-10; Romanos 3:21-26: Colosenses 1:13-14; Romanos 8:14-17; Gálatas 3:26; Juan 3:3-8; 1 Pedro 1:23; Romanos 12:2; Hebreos 8:7-12; Ezequiel 36:25-27; 2 Pedro 1:3-4; Romanos 8:1-4; 5:6-10).
 
CRECIMIENTO EN CRISTO
 La salvación transforma nuestra manera de ver el mundo. Ya no tememos el pasado o el futuro, sino que abrazamos un presente lleno de esperanza, amor, entusiasmo y alabanza, porque el Espíritu vive en nosotros. 
 

Jesús triunfó sobre las fuerzas del mal por su muerte en la cruz. Aquel que subyugó los espíritus demoníacos durante su ministerio terrenal, quebrantó su poder y aseguró su destrucción definitiva. La victoria de Jesús nos da la victoria sobre las fuerzas malignas que todavía buscan controlarnos y nos permite andar con él en paz, gozo y la certeza de su amor. El Espíritu Santo ahora mora dentro de nosotros y nos da poder. Al estar continuamente comprometidos con Jesús como nuestro Salvador y Señor, somos librados de la carga de nuestras acciones pasadas. Ya no vivimos en la oscuridad, el temor a los poderes malignos, la ignorancia ni la falta de sentido de nuestra antigua manera de vivir. En esta nueva libertad en Jesús, somos invitados a desarrollarnos en semejanza a su carácter, en comunión diaria con él por medio de la oración, alimentándonos con su Palabra, meditando en ella y en su providencia, cantando alabanzas a él, reuniéndonos para adorar y participando en la misión de la iglesia. Al darnos en servicio amante a aquellos que nos rodean y al testificar de la salvación, la presencia constante de Jesús por medio del Espíritu transforma cada momento y cada tarea en una experiencia espiritual. (Sal. 1:1, 2; 23:4; 77:11, 12; Col. 1:13, 14; 2:6, 14, 15; Luc. 10:17-20; Efe. 5:19, 20; 6:12-18; 1 Tes. 5:23; 2 Ped. 2:9; 3:18; 2 Cor. 3:17, 18; Fil. 3:7-14; 1 Tes. 5:16-18; Mat. 20:25-28; Juan 20:21; Gál. 5:22-25; Rom. 8:38, 39; 1 Juan 4:4; Heb. 10:25).

 

 

SOMOS UN CUERPO

Jesús dejó una misión épica a sus seguidores: contarle al mundo de su amor y de su promesa de regresar, y cuidar de las personas así como él lo hizo. Confiar su mensaje a los seres humanos fue una decisión osada y riesgosa, pero aunque Dios sabía que estos a menudo le fallarían y aun distorsionarían su verdad, quiso trabajar con ellos.
 
 El riesgo bien valió la recompensa. La iglesia, que es seguidora de Jesús, es llamada e inspirada a actuar como él: sirviendo desinteresadamente a otros, apoyándose en Dios en busca de fortaleza, incorporando la Palabra de Dios y contándole al mundo de su amor. Todos son iguales en Cristo: hombres y mujeres, ricos y pobres, sin importar su trasfondo o etnia.

La iglesia fomenta el apoyo y el aliento mutuos al pasar tiempo juntos en adoración y estudio de la Biblia. Los cristianos celebran el pacto de Jesús con ellos por medio de la ceremonia de la Santa Cena, que recuerda el ejemplo de servicio y sacrificio de Cristo. La iglesia celebra la salvación de cada miembro mediante el ritual del bautismo por inmersión. La iglesia es las manos y los pies del “cuerpo de Cristo”.

 

 

Jesús prometió que todo lo que había hecho en esta tierra, también lo haría por medio de su iglesia. Sí, somos un pálido reflejo de la perfección de nuestro Salvador, pero Jesús sigue siendo la cabeza de su iglesia. A pesar de nuestras imperfecciones, en su gracia y mediante el poder de su sacrificio redentor seremos una deslumbrante nueva creación.
 

En los últimos días del mundo, cuando gran parte del mensaje de Dios haya sido descuidado y descartado, Dios nos llama a recordar los sellos distintivos de su verdad. El libro de Apocalipsis nos habla de tres ángeles enviados a este planeta con un mensaje final de esperanza y advertencia. La historia de ellos simboliza la misión divina para su pueblo en el tiempo del fin.

El Espíritu Santo nos capacita individualmente con nuestros propios dones espirituales, con capacidades con las cuales compartir el amor divino y fortalecer a otros. Ya sea al enseñar y predicar, al brindar aliento y profetizar, el Espíritu ha otorgado a la iglesia todos los dones que necesita para cumplir su obra.

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LA IGLESIA

 

La iglesia es la familia de Dios en la Tierra, que sirve, celebra, estudia y adora junta a Dios. Al mirar a Jesús como su líder y Redentor, la iglesia es llamada a llevar a todas las personas las buenas nuevas de salvación.

La iglesia es la comunidad de creyentes que confiesa que Jesucristo es Señor y Salvador. Como continuadores del pueblo de Dios del Antiguo Testamento, se nos invita a salir del mundo; y nos reunimos para adorar y estar en comunión unos con otros, para recibir instrucción el la Palabra, celebrar la Cena del Señor, para servir a toda la humanidad y proclamar el evangelio en todo el mundo. La iglesia deriva su autoridad de Cristo, que es el Verbo encarnado, y de las Escrituras que son la Palabra escrita. La iglesia es la familia de Dios: somos adoptados por éI como hijos y vivimos sobre la base del nuevo pacto. La iglesia es el cuerpo de Cristo, una comunidad de fe de la cual Cristo mismo es la cabeza. La iglesia es la esposa por la cual Cristo murió para poder santificarla y purificarla. Cuando regrese en triunfo, se la presentará como una iglesia gloriosa, es a saber, los fieles de todas las edades, adquiridos por su sangre, sin mancha ni arruga, santos e inmaculados (Génesis 12:3; Hechos 7:38; Efesios 4:11-15; 3:8-11; Mateo 28:19-20; 16:13-20; 18:18; Efesios 2:19-22; 1:22-23; 5:23-27; Colosenses 1:17-18).  


EL REMANENTE Y SU MISIÓN

 

En el fin del tiempo, Dios llama a su pueblo para que regrese a las verdades fundamentales. Al declarar el pronto regreso de Cristo, el remanente destaca a Dios como Creador, el juicio celestial y el peligro del compromiso espiritual.

La iglesia universal está compuesta por todos los que creen verdaderamente en Cristo, pero en los últimos días, una época de apostasía generalizada, se ha llamado a un remanente para que guarde los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Este remanente anuncia la hora del juicio, proclama la salvación por medio de Cristo y anuncia la proximidad de su segunda venida. Esta proclamación está simbolizada por los tres ángeles de Apocalipsis 14; coincide con la hora del juicio en el cielo y da como resultado una obra de arrepentimiento y reforma en la tierra. Todo creyente recibe la invitación a participar personalmente en este testimonio mundial
(Apocalipsis 12:17; 14:6-12; 18:1-4; 2 Corintios 5:10; Judas 3, 14; 1 Pedro 1:16-19; 2 Pedro 3:10-14; Apocalipsis 21:1-14).

 

UNIDAD EN EL CUERPO DE CRISTO

 

El cuerpo humano sirve como la perfecta metáfora del pueblo de Dios en la Tierra. Está compuesto por muchas partes que son muy diferentes entre sí, pero como resultado del Espíritu Santo en nosotros, se produce una armonía de voces y la unidad en la misión.

La iglesia es un cuerpo constituido por muchos miembros que poceden de toda nación, raza, lengua y pueblo. En Cristo somos una nueva creación; las diferencias de raza, cultura, educación y nacionalidad, entre encumbrados y humildes, ricos y pobres, hombres y mujeres, no deben causar divisiones entrc nosotros. Todas somos iguales en Cristo, quien por un mismo Espíritu nos ha unido en comunión con él y los unos con los otros. Debemos servir y ser servidos sin parcialidad ni reservas. Por medio de la revelación de Jesucristo en las Escrituras participamos de la misma fe y la misma esperanza, y salimos para dar a todos el mismo testimonio. Esta unidad tiene sus orígenes en la unicidad del Dios triuno, que nos ha adoptado como sus hijos
(Romanos 12:4-5; 1 Corintios 12:12-14; Mateo 28:19-20; Salmos 133:1: 2 Corintios 5:16-17; Hechos 17:26-27; Gálatas 3:27, 29; Colosenses 3:10-15; Efesios 4:14-16; 4:1-6; Juan 17:20-23).

EL BAUTISMO
 
El bautismo simboliza y declara nuestra nueva fe en Cristo y nuestra confianza en su perdón. Somos sepultados en el agua para levantarnos a una nueva vida en Cristo, capacitados por el Espíritu Santo.

Por medio del bautismo confesamos nuestra fe en la muerte y resurrección de Jesucristo, y damos testimonio de nuestra muerte al pecado y de nuestro propósito de andar en novedad de vida. De este modo reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, Ilegamos a ser su pueblo y somos recibidos como miembros de su iglesia. El bautismo es un símbolo de nuestra unión con Cristo, del perdón de nuestros pecados y de nuestra recepción del Espíritu Santo. Se realiza por inmersión en agua, y está íntimamente vinculado con una afirmación de fe en Jesús y con evidencias de arrepentimiento del pecado. Sigue a la instrucción en las Sagradas Escrituras y a la aceptación de sus enseñanzas
(Romanos 6:1-6; Colosenses 2:12-13; Hechos 16:30-33; 22:16; 2:38; Mateo 28:19-20).

LA CENA DEL SEÑOR

EL BAUTISMO
 
La Cena del Señor simboliza nuestra aceptación del cuerpo y la sangre de Cristo, que fue derramado y quebrantado por nosotros. Al escudriñar nuestros corazones, nos lavamos mutuamente los pies, recordando el humilde ejemplo de servicio de Jesús.

La Cena del Señor es una participación en los emblemas del cuerpo y la sangre de Jesús como expresión de fe en él, nuestro Señor y Salvador. En esta experiencia de comunión Cristo está presente para encontrarse con su pueblo y fortalecerlo. Al paticipar en ella, proclamamos gozosamente la muerte del Señor hasta que venga. La preparación para la Cena incluye un examen de conciencia, arrepentimiento y confesión. El Maestro ordenó el servicio de lavamiento de los pies para manifestar una renovada purificación, expresar disposición a servirnos mutuamente y con humildad cristiana, y unir nuestros corazones en amor. Todos los creyentes cristianos pueden participar del servicio de comunión
(1 Corintios 10:16-17; 11:23-30; Mateo 26:17-30; Apocalipsis 3:20; Juan 6:48-63; 13:1-17).

LOS DONES Y MINISTERIOS ESPIRITUALES
 
Ya sea en las artes o la enseñanza o al escuchar una predicación, el Espíritu Santo brinda a cada uno capacidades y talentos que podemos usar para gloria de Dios y la misión de la iglesia.

Dios concede a todos los miembros de su iglesia en todas las edades dones espirituales para que cada uno las emplee en amante ministerio por el bien común de la iglesia y la humanidad. Concedidos mediante la operación del Espíritu Santo, quien los distribuye entre cada miembro según su voluntad, los dones proveen todos los ministerios y habilidades necesarios para que la iglesia cumpla su función divinamente ordenada. De acuerdo con las Escrituras estos dones incluyen ministerios tales como fe, sanidad, profecía, predicación, enseñanza, administración, reconciliación, compasión y servicio abnegado y caridad para ayudar y animar a nuestros semejantes. Algunos miembros son llamados por Dios y dotados por el Espíritu para cumplir funciones reconocidas por la iglesla en los ministerios pastoral, de evangelización, apostólico y de enseñanza, particularmente necesarios a fin de equipar a las miembros para el servicio, edificar a la iglesia de modo que alcance madurez espiritual, y promover la unidad de la fe y el conocimiento de Dios. Cuando los miembros emplean estos dones espirituales como fieles mayordomos de las numerosas gracias de Dios, la iglesia es protegida de la influencia destructora de las falsas doctrinas, crece gracias a un desarrollo que procede de Dios, y es edificada en la fe y el amor
(Romanos 12:4-8; 1 Corintios 12:9-11, 27-28; Efesios 4:8, 11-16; Hechos 6:1-7; 1 Timoteo 3:1-13; 1 Pedro 4:10-11).

EL DON DE PROFECÍA
 
Como en los tiempos bíblicos, en los últimos días, el Espíritu Santo ha bendecido al pueblo de Dios con el don de profecía. Alguien que demostró ese don fue Elena G. White, una de las fundadoras de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. Este don es una de las características distintivas de la iglesia remanente y se manifestó en el ministerio de Elena G. de White. Como mensajera del Señor, sus escritos son una permanente y autorizada fuente de verdad, y proveen consuelo, dirección, instrucción y corrección a la iglesia. También establecen con claridad que la Biblia es la norma por la cual deben ser evaluadas toda enseñanza y toda experiencia
(Joel 2:28-29; Hechos 2:14-21; Hebreos 1:1-3; Apocalipsis 12:17; 19:10).


CREADOS PARA UNA VIDA PLENA

En los diez mandamientos, la ley de Dios nos muestra cómo vivir y nos revela nuestra necesidad de Cristo. Aunque la ley nos muestra qué senda seguir y nos convence de pecado, es mucho más que solo mantenernos a raya. Los principios de los mandamientos describen una relación integral con Dios, con mi prójimo y conmigo mismo.
 
 Dado que Dios prefiere mostrarnos antes que decirnos cómo vivir, Jesús vino como ejemplo de la ley divina ejemplificada. En contraste a la observancia del sábado de su época, Jesús enfatizó el séptimo día como día de descanso y restauración. Observamos el sábado semanal al interrumpir nuestras tareas diarias de empeño personal, para dedicarnos a servir y bendecir a otros. El sábado es el don divino de libertad. Nos da tiempo para lograr la restauración personal, de nuestras familias y de nuestra relación con Dios.

Dios nos llama a ser sus mayordomos, y nos encomienda responsabilidades. Dios encomendó a nuestro cuidado la tierra, sus recursos y sus hijos. Un día cercano regresará. Tenemos que ser buenos mayordomos de nuestro tiempo, energía y cuerpos; el medio ambiente, los recursos materiales y de nuestros prójimos. Como cristianos, no buscamos tan solo nuestros propios intereses sino el panorama general, según el cual pesamos nuestras acciones a la luz de los planes divinos, sabiendo que Dios los bendecirá.

 

Dios desea que vivamos en integridad y equilibrio, que cuidemos de nuestro cuerpo, refinando la mente y alimentando el espíritu. Como sabemos el elevado precio que Cristo pagó para redimirnos, deseamos glorificar a Dios en cada aspecto de la vida. A medida que el Espíritu vive en nosotros, deseamos glorificar a Dios en cada aspecto de la vida. Buscamos entonces elevar a otros y personificar la gracia divina en nuestras acciones e interacciones. Como dedicados testigos de Dios, hacemos progresar sus prioridades en nuestra utilización del tiempo, consumiendo solo lo que alimenta la mente y el cuerpo, y considerando nuestro impacto sobre nosotros, las demás personas y la sociedad.

Dios nos creó a su imagen, hombre y mujer. El compromiso matrimonial para toda la vida es el plan divino para que su pueblo disfrute de unión y compañerismo, apoyándose y elevándose mutuamente. El plan de Dios es que los niños crezcan en un ambiente de amor y disciplina. Aunque las familias sufran rupturas, todas pueden ser parte de la familia de Dios. 

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LA LEY DE DIOS

Los diez mandamientos nos muestran la voluntad y el amor de Dios por nosotros. Sus consejos nos dicen cómo relacionarnos con Dios y los demás. Jesús vivió la ley cómo nuestro ejemplo y perfecto sustituto.

Los grandes principios de la ley de Dios están incorporados en los Diez Mandamientos y ejemplificados en la vida de Cristo. Expresan el amor, la voluntad y el propósito de Dios con respecto a la conducta y las relaciones humanas, y están en vigencia para todos los seres humanos de todas las épocas. Esos preceptos constituyen la base del pacto de Dios con su pueblo y la norma del juicio divino. Por medio de la obra del Espíritu Santo señalan el pecado y avivan la necesidad de un Salvador. La salvación es sólo por gracia y no por obras, pero su fruto es la obediencia a los mandamientos. Esta obediencia desarrolla el carácter cristiano y da como resultado una sensación de bienestar. Es una evidencia de nuestro amor al Señor y preocupación por nuestros semejantes. La obediencia por fe demuestra el poder de Cristo para transformar vidas y por lo tanto fortalece el testimonio cristiano
(Exodo 20:1-17; Salmos 40:7-8; Mateo 22:36-40; Deuteronomio 28:1-14; Mateo 5:17-20; Hebreos 8:8-10; Juan 15:7-10; Efesios 2:8-10; 1 Juan 5:3; Romanos 8:3-4; Salmos 19:7-14).

 


EL SÁBADO

El sábado es el don que Dios nos ha dado, un momento para el descanso y la restauración de nuestra conexión con Dios y nuestro prójimo. Nos recuerda de la creación de Dios y la gracia de Cristo.

El benéfico Creador descansó el séptimo día después de los seis días de la creación, e instituyó el sábado para todos los hombres como un monumento de su obra creadora. El cuarto mandamiento de la inmutable ley de Dios requiere la observancia del séptimo día como día de reposo, adoración y ministerio, en armonía con las enseñanzas y la práctica de Jesús, el Señor del sábado. El sábado es un día de agradable comunión con Dios y con nuestros hermanos. Es un símbolo de nuestra redención en Cristo, una señal de santificación, una demostración de nuestra lealtad y una anticipación de nuestro futuro eterno en el reino de Dios. El sábado es la señal perpetua de Dios del pacto eterno entre él y su pueblo. La gozosa observancia de este tiempo sagrado de tarde a tarde, de puesta de sol a puesta de sol, es una celebración de la obra creadora y redentora de Dios
(Génesis 2:1-3; Exodo 20:8-11; Lucas 4:16; Isaias 56:5-6; 58:13-14; Mateo 12:1-12; Exodo 31:13-17; Ezequiel 20:12, 20; Hebreos 4:1-11; Deuteronomio 5:12-15; Levíticos 23:32; Marcos 1:32).


MAYORDOMÍA

Dios nos hace responsables de nosotros, el mundo, nuestros prójimos y los recursos materiales. Cuando vivimos para él, Dios bendice nuestros esfuerzos.

Somos mayordomos de Dios, a quienes él ha confiado tiempo y oportunidades, capacidades y posesiones, y las bendiciones de la tierra y sus recursos. Somos responsables ante él por su empleo adecuado. Reconocemos que Dios es dueño de todo mediante nuestro fiel servicio a él y a nuestros semejantes, y mediante la devolución de los diezmos y las ofrendas para la proclamación de su evangelio y para el sostén y desarrollo de su iglesia. La mayordomía es un privilegio que Dios nos ha concedido para que crezcamos en amor y para que logremos la victoria sobre el egoísmo y la codicia. El mayordomo fiel se regocija por las bendiciones que reciben los demás como fruto de su fidelidad
(Génesis 1:26-28; 2:15; 1 Crónicas 29:14; Hageo 1:3-11; Malaquias 3:8-12; 1 Corintios 9:9-14; Mateo 23:23; 2 Corintios 8:1-15; Romanos 15:26-27).

 

CONDUCTA CRISTIANA

Dios nos llama para que vivamos a la luz de su gracia, sabiendo el costo infinito que Dios pagó para salvarnos. Mediante el Espíritu glorificamos a Dios con nuestra mente, cuerpo y espíritu.

Se nos invita a ser gente piadosa que piense, sienta y actúe en armonía con los principios del cielo. Para que el Espíritu vuelva a crear en nosotros el carácter de nuestro Señor, participamos solamente de lo que produce pureza, salud y gozo cristiano en nuestra vida. Esto significa que nuestras recreaciones y entretenimientos estarán en armonía con las más elevadas normas de gusto y belleza cristianos. Si bien reconocemos las diferencias culturales, nuestra vestimenta debiera ser sencilla, modesta y pulcra como corresponde a aquellos cuya verdadera belleza no consiste en el adorno exterior, sino en el inmarcesible ornamento de un espíritu apacible y tranquilo. Significa también que puesto que nuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo, debemos cuidarlos inteligentemente. Junto con la práctica adecuada del ejercicio y el descanso, debemos adoptar un régimen alimentario lo mas saludable posible, y abstenernos de alimentos impuros identificados como tales en las Escrituras. Puesto que Ias bebidas alcohólicas, el tabaco, y el empleo irresponsable de drogas y narcóticos son dañinos para nuestros cuerpos, también nos abstendremos de ellos. En cambio, nos dedicaremos a todo lo que ponga nuestros pensamientos y cuerpos en armonía con la disciplina de Cristo, quien quiere que gocemos de salud, de alegría y de todo lo bueno
(Romanos 12:1-2; 1 Juan 2:6; Efesios 5:1-21; Filipenses 4:8; 2 Corintios 10:5; 6:14 – 7:1; 1 Pedro 3:1-4; 1 Corintios 6:19-20; 10:31; Leviticos 11:1-47; 3 Juan 2).

EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

El hombre y la mujer, creados a imagen de Dios, están diseñados para vivir en relación. El matrimonio es el ideal divino para vivir en armonía, y para que los niños crezcan en seguridad y amor.

El matrimonio fue establecido por Dios en el Edén y confirmado por Jesús, para que fuera una unión por toda la vida entre un hombre y una mujer en amante compañerismo. Para el cristiano el matrimonio es un compromiso a la vez con Dios y con su cónyuge, y este paso debieran darlo sólo personas que participan de la misma fe. El amor mutuo, el honor, el respeto y la responsabilidad, son la trama y la urdimbre de esta relación, que debiera reflejar el amor, la santidad, la intimidad y la perdurabilidad de la relación que existen entre Cristo y su iglesia. Con respecto al divorcio, Jesús ensenó que la persona que se divorcia, a menos que sea por causa de fornicación, y se casa con otra, comete adulterio. Aunque algunas relaciones familiares estén lejos de ser ideales, los socios en la relación matrimonial que se consagran plenamente el uno al otro en Cristo pueden lograr una amorosa unidad gracias a la dirección del Espíritu y al amante cuidado de la Iglesia. Dios bendice la familia y es su propósito que sus miembros se ayuden mutuamente hasta alcanzar la plena madurez. Los padres deben criar a sus hijos para que amen y obedezcan al Señor. Mediante el precepto y el ejemplo debieran enseñarles que Cristo disciplina amorosamente, que siempre es tierno y que se preocupa por sus criaturas, y que quiere que Ileguen a ser miembros de su cuerpo, la familia de Dios. Una creciente intimidad familiar es uno de los rasgos característicos del último mensaje evangélico
(Génesis 2:18-25; Mateo 19:3-9; Juan 2:1-11; 2 Corintios 6:14; Efesios 5:21-33; Mateo 5:31-32; Marcos 10:11-12; Lucas 16:18; 1 Corintios 7:10-11; Exodo 20:12; Efesios 6:1-4; Deuteronomio 6:5-9; Proverbios 22:6; Malaquias 4:5, 6).

 


EL AMOR RESTAURADO

Desde el Jardín del Edén a la Torre de Babel, desde la destrucción de Sodoma al Éxodo de Egipto, Dios siempre ha investigado antes de actuar. Ahora, antes de su regreso, Jesús está investigando las vidas de todos los que alguna vez vivieron, revelando las elecciones que los llevaron a la salvación o destrucción. Dios quiere que quede claro y transparente al universo expectante que nadie cosechará un destino que no haya escogido. 
 
 Los rituales del antiguo santuario hebreo fueron tan solo un reflejo de la obra de Cristo en el cielo, y cada ofrenda preanunciaba el sacrificio último de Jesús. Ahora Cristo, nuestro verdadero sumo sacerdote, ofrece los méritos de su sacrificio a todos los que acepten su gracia. Dado que él soportó cada tentación que enfrentamos, podemos confiar en que entiende nuestras luchas y nos fortalece cuando necesitamos ayuda. Jesús es nuestro mediador, el que perdona nuestros pecados y restaura la relación con Dios quebrantada por el pecado. El primer pacto nos condenó a la muerte, pero Jesús es el mediador de un nuevo pacto, cuyo sacrificio nos liberó.

La nada inconsciente que es la muerte nos separa de Dios y de los que hemos perdido. Solo Dios posee inmortalidad intrínseca, pero el don gratuito de la salvación es la vida eterna. Aguardamos con ansias la segunda venida de Cristo, cuando Jesús resucitará a los salvados de la muerte, para que puedan vivir para siempre.

Los primeros mil años después del regreso de Cristo serán en el cielo un tiempo de reconciliación y renovación. Tendremos la capacidad de investigar las vidas de los perdidos, explorando cómo sus elecciones los llevaron a la salvación o destrucción. El planeta estará vacío de seres humanos; solo estarán Satanás y sus ángeles, exiliados y ya sin nadie que engañar o destruir.

Después de mil años, Dios y los salvados regresarán del cielo a la tierra con la ciudad celestial, la Nueva Jerusalén. Dios resucitará a los malvados muertos para que puedan ser testigos de la fase final del juicio de Dios. Cada persona enfrentará el registro de su vida, y todos verán la verdadera justicia y equidad de Dios. Entonces Dios destruirá para siempre el pecado y los pecadores.

Cuando Dios vuelva a crear este planeta, el amor, el gozo y la armonía serán al fin restaurados en el universo. El temor, el sufrimiento y la muerte solo serán un recuerdo. Conoceremos cara a cara a Dios, y seremos libres de crear y explorar sin fin.  

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CRISTO EN EL SANTUARIO CELESTIAL
El sacrificio último de Cristo nos da la confianza de acercarnos a Dios, sabiendo que somos perdonados. Ahora Jesús está repasando nuestra vida antes de su regreso, para que no haya dudas de que sus juicios son pronunciados en amor.

Hay un santuario en el cielo, el verdadero tabernáculo que el Señor erigió y no el hombre. En él Cristo ministra en nuestro favor, para poner a disposición de los creyentes los beneficios de su sacrificio expiatorio ofrecido una vez y para siempre en la cruz. Llegó a ser nuestro gran Sumo Sacerdote y comenzó su ministerio intercesor en ocasión de su ascensión. En 1844, al concluir el período profético de los 2.300 días, entró en la segunda y última fase de su ministerio expiatorio. Esta obra es un jucio investigador que forma parte de la eliminación definitiva del pecado, tipificada por la purificación del antiguo santuario hebreo en el día de la expiación. En el servicio simbólico el santuario se purificaba mediante la sangre de los sacrificios de animales, pero las cosas celestiales se purificaban mediante el perfecto sacrificio de la sangre de Jesús. El juicio investigador pone de manifiesto frente a las inteligencias celestiales quiénes de entre los muertos duermen en Cristo y por lo tanto se los considerará dignos, en éI, de participar de la primera resurrección. También aclara quiénes entre los vivientes están morando en Cristo, guardando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y en éI, por lo tanto estarán listos para ser trasladados a su reino eterno. Este juicio vindica la justicia de Dios al salvar a los que creen en Jesús. Declara que los que permanecieron leales a Dios recibirán el reino. La conclusión de este ministerio de Cristo señalará el fin del tiempo de prueba otorgado a las seres humanos antes de su segunda venida
(Hebreos 8:1-5; 4:1416; 9:11-28; 10:19-22; 1:3; 2:16, 17; Daniel 7:9-27; 8:13-14; 9:24-27; Números 14:34; Ezequiel 4:6; Levíticos 16; Apocalipsis 14:6-7; 20:12: 14:12; 22:12). 


LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
Aguardamos con ansias el regreso prometido de Cristo, cuando él resucitará a sus hijos salvados y los llevará al cielo. Aunque no podemos saber con exactitud cuándo regresará, podemos vivir con la alegría de esa expectativa.

La segunda venida de Cristo es la bienaventurada esperanza de la iglesia, la gran culminación del evangelio. La venida del Salvador será literal, personal, visible y de alcance mundial. Cuando regrese, los justos muertos resucitarán y junto con los justos vivos serán glorificados y llevados al cielo, pero los impíos morirán. El hecho de que la mayor parte de las profecías esté alcanzando su pleno cumplimiento, unido a las actuales condiciones del mundo, nos indica que la venida de Cristo es inminente. El momento cuando ocurrirá este acontecimiento no ha sido revelado, y por lo tanto se nos exhorta a estar preparados en todo tiempo
(Tito 2:13; Hebreos 9:28; Juan 14:1-3; Hechos 1:9-11; Mateo 24:14; Apocalipsis 1:7; Mateo 24:43-44; 1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Corintios 15:51-54; 2 Tesalonicenses 1:7-10; 2:8; Apocalipsis 14:14-20; 19:11-21; Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21; 2 Timoteo 3:1-5; 1 Tesalonicenses 5:1-6). 


LA MUERTE Y LA RESURECCIÓN
La nada inconsciente que es la muerte nos separa del Dios de la vida, pero la derrota de Cristo sobre la muerte significa que los salvados pueden aguardar la resurrección y la vida eterna.

La paga del pecado es muerte. Pero Dios, el único que es inmortal, otorgará vida eterna a sus redimidos. Hasta ese día, la muerte constituye un estado de inconsciencia para todos los que hayan fallecido. Cuando Cristo, que es nuestra vida, aparezca, los justos resucitados y los justos vivos serán glorificados y todos juntos serán arrebatados para salir al encuentro de su Señor. La segunda resurrección, la resurrección de los impíos, ocurrirá mil años después
(Romanos 6:23; 1 Timoteo 6:15-16; Eclesiastés 9:5-6; Salmos 146:3-4; Juan 11:11-14; Colosenses 3:4; 1 Corintios 15:51-54; 1 Tesalonicenses 4:13-17; Juan 5:28-29; Apocalipsis 20:1-10). 


EL MILENIO Y EL FIN DEL PECADO
Mientras los salvados se reconectan con Dios, Satanás y sus seguidores están atrapados en este planeta. Después de mil años, Dios resucitará a los perdidos para el juicio final, antes de destruir el pecado y los pecadores.

El milenio es el reino de mil años de Cristo con sus santos en el cielo que se extiende entre la primera y la segunda resurrección. Durante ese tiempo serán juzgados los impios; la tierra estará completamente desolada, sin habitantes humanos, pero sí ocupada por Satanás y sus ángeles. Al terminar ese período Cristo y sus santos, junto con la Santa Ciudad, descenderán del cielo a la tierra. Los impíos muertos resucitarán entonces, y junto con Satanás y sus ángeles rodearán la ciudad; pero el fuego de Dios los consumirá y purificará la tierra. De ese modo el universo será librado del pecado y de los pecadores para siempre (Apocalipsis 20; 1 Corintios 6:2-3; Jeremías 4:23-26; Apocalipsis 21:1-5; Malaquías 4:1; Ezequiel 28:18-19). 


LA TIERRA NUEVA
Dios recreará nuestro mundo una vez manchado por el pecado, y vivirá con nosotros para siempre. Podremos alcanzar finalmente nuestro verdadero potencial, viviendo en el amor y el gozo para el cual Dios nos ha creado.
 En la tierra nueva, donde morarán los justos, Dios proporcionará un hogar eterno para los redimidos y un ambiente perfecto para la vida, el amor y el gozo sin fin, y para aprender junto a su presencia. Porque allí Dios mismo morará con su pueblo, y el sufrimiento y la muerte terminarán para siempre. El gran conflicto habrá terminado y el pecado no existirá más. Todas las cosas, animadas e inanimadas, declararán que Dios es amor, y él reinará para siempre jamás. Amén (2 Pedro 3:13; Isaías 35; 65:17-25; Mateo 5:5; Apocalipsis 21:1-7; 22:1-5; 11:15) 

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